De Cocteles Sentimentales
y Segundas Vueltas
Por: Arturo
Garrido Bárcena
Las
elecciones se acercan, el paso del tiempo es implacable y el momento de ejercer
el voto ha llegado.
A diferencia
de las dos últimas elecciones presidenciales al parecer el candidato del PRI va
a ganar por amplia diferencia con respecto a sus dos más cercanos
contendientes.
En las
elecciones del año 2000 apoyé con gran entusiasmo al candidato del PAN Vicente
Fox Quesada que fue el que sacó al PRI
de los Pinos; en el 2006 apoyé también al candidato postulado por el PAN
Felipe Calderón Hinojosa, más que por él y su partido lo hice con la intención
de que no ganara el candidato del PRD Andrés Manuel López Obrador AMLO.
El resultado oficial fue muy cerrado Calderón
ganó las elecciones con el 35.89 %, AMLO perdió con el 35.31% y el candidato
del PRI quedó en un lejano tercer lugar con el 22.26 %.
Ahora bien
las elecciones del 2006 fueron para mí muy interesantes, emocionantes y
finalmente satisfactorias; después del
berrinche de AMLO tras los resultados oficiales y de todos los desmanes que
hizo y provocó, Calderón tomó el poder, lo ejerció y lo sigue haciendo hasta este día
que escribo. Y para todos los que lo apoyamos con la principal razón e interés
de que a AMLO no se le hiciera gobernarnos fueron y habían sido días felices,
si se les puede llamar así.
Yo me sentí
pletórico de alegría y satisfacción, el mecías tropical como lo llamó Krauze no
llegó. No nos pudo convertir en una
Venezuela Chavista Pejevariana a la mexicana como le achacaban que eran sus más candentes y
perversas intenciones.
Con mi voto
libré a mis tres hijos de todas las tropelías imaginables de las que íbamos a ser víctimas bajo el poder
de AMLO, acompañado de los Bejaranos,
Monreales, Imas, Sheinbaums, etc. Tampoco permití que cayéramos en las manos de
la Padierna o que el hijo del Peje comprara más zapatos deportivos de seis mil
pesos, además de que Nico el chofer del
Tsuru siguiera percibiendo un salario que yo en mis mejores momentos apenas soñé.
Ahora que escribo y recuerdo esos momentos el
sentimiento de bienestar y de cruel satisfacción de mis actos representados por
mi voto me sigue regocijando y vuelvo a
disfrutar de esos días vividos.
Sin embargo
la cuestión ha cambiado, el sexenio de Calderón prácticamente ya acabó y el
nuevo ganador, el ungido por la mayoría de los votos no va a ser mi favorit@. Y
digo favorito por decirlo bonito, por que con la calidad y capacidades que
presumen los cuatro contendientes, favorito sería si alguno de ellos fuera mi
amigazo, padrino, compadre o vecino de toda la vida porque de no ser bajo esas
circunstancias que cualidades tienen para que los llame favorito; tal vez una,
ser el menos peor.
Y ahora que
ha llegado el día de vislumbrar o, mejor dicho, digerir que el candidato que no
quiero que me gobierne va a ganar, basándome en la infinidad de encuestas que
lo sitúan a millones de votos por arriba del segundo y tercer del lugar, empiezo a sentir y a comprender lo que
vivieron y sintieron todos aquellos —ahora si queridos compatriotas— que hace
seis años se quedaron a 0.58 % de que su gallo llegara a la silla presidencial.
¿Y sabe qué?,
no me gusta este coctel de sentimientos que se me viene encima, encabezado por
desesperanza seguido por frustración, coraje, odio, rabia, impotencia y otros que
ya recordaré.
Y ahora este
mi coctel sentimental me hace caer en la cuenta de que mi sentir se sumará al
de millones de mexicanos que vieron frustrados sus anhelos hace seis años
cuando su candidato no ganó. Es decir que el triunfo del próximo primero de
julio arrastrará el descontento de los quince millones que no vieron ganar a
AMLO más el mío el cual parecería ser insignificante de no ser porque mi mísero
voto va a estar acompañado, si las
votaciones son igual de concurridas, por
veinticinco millones de votos más. Es decir el triunfante Enrique Peña Nieto va
a contar con la desaprobación de alrededor del 70 % de los votantes, cantidad
nada despreciable de consideración.
Usted me dirá
que en toda elección se gana y se pierde y que es elegido el que más votos
tiene, es decir el que logra la mayoría,
y precisamente es esta mayoría la que me ocupa. Ya que, si logro explicarme, no
es una mayoría, piénselo bien: si el objetivo nacional es que no gane Peña
Nieto, solo alrededor del 30 % lo va a decidir y el 70 % restante, que no lo
apoyará, estará constituido por los incondicionales de AMLO que son millones y
que ya vieron frustrados sus deseos en las elecciones pasadas, los
incondicionales del PAN —que no de Josefina— que son otro tanto substancial y
los que voten por Quadri que serán la maestra, su familia incluyendo por
supuesto al yerno y alguno que otro despistado.
Es decir en
esta elección el voto útil, si es que alguna vez lo ha sido en este país, no se
va a dar como hace seis años, cuando por las buenas o por las malas se logró
conjuntar la animadversión hacia AMLO, logrando que no ganara. En aquella
ocasión quedaron quince millones de mexicanos con los mismos ingredientes del
coctel que arriba describí y por otro lado quedó el 70 % de los votantes
festejando que el candidato que representaba todos los males que un dictador
puede ejercer sobre un pueblo indefenso no llegará a gobernarnos, y como ya lo
dije, lo festejamos, tal vez peor: nos regocijamos y burlamos de los perdedores.
Si tengo
razón Peña Nieto tomará el poder e intentará ejercerlo con la mayor
animadversión de por lo menos los últimos tres o cuatro sexenios y la pregunta
que me salta es que si le va a ser posible contener el mentado coctel constituido
por todos los sentimientos enumerados.
No nos
merecemos el panorama que nos espera. Cuando EPN entregue el poder en el 2018
en mi caso habré cumplido cincuenta años, edad que seguramente representará más
de la mitad de mi vida, mi hijo mayor tendrá veintidós años empezará su vida de
adulto y de oportunidades. Y seguiremos viviendo bajo un régimen de desazón, de
atraso, de promesas no cumplidas, del poder para el beneficio de algunos
cuantos, mientras el país sigue su camino inexorable de aplazamiento, del ya
vendrá el bueno que nos haga formar y sentir equipo y así finalmente nos
beneficiemos todos de vivir en este México y
su democracia.
En México tenemos que esperar seis años para
tener la oportunidad o esperanza de que llegue “el bueno”, de que un verdadero
líder nos convoque e impulse a trabajar en conjunto y así cambiemos para un
bien común; esperando de seis años en seis años se nos va la vida, envejecemos
y quedamos con un palmo de expectativas frustradas en la nariz.
Pero que tal
que esta vez no sea así, es decir, sí gana EPN y surge un movimiento decidido a
que no más, a que precipite el cambio, a que fuerce la búsqueda y surgimiento
del líder que se necesita y así empecemos la transformación tan necesaria para
el país. Sé que puede parecer peligroso,
drástico, temerario; ¿Pero qué muestras de interés ha dado el sistema político actual a las
necesidades que tenemos?, ¿Ante la pasividad de los gobernantes que acciones se
necesitan para que atiendan el cambio que se les exige?
Basándome en el gran porcentaje que no
favorece a EPN con su aprobación cualquier cosa puede pasar ¿o no? Y lo triste
es que creo que para que estemos mejor se necesita que pase algo.
No es atractivo
este panorama pero tal vez sea forzoso para que así finalmente concluyamos la
revolución que empezó en 1910, se cierre el capítulo y continuemos hacia el
desarrollo que si nos merecemos.
Bonito coctel
nos puede estallar en las manos.
O tal vez no
pase nada y dentro de seis años estemos luchando para que no llegue otro prócer
de nuestro sistema político. Y póngale el nombre que quiera: Eruviel Avila,
Alfredo del Mazo, Luis Videgaray, Rafael Moreno Valle, Marcelo Ebrard, Emilio
González Torres o algún otro Pito Pérez
que ahora ni siquiera sepamos de su desventurada
existencia pero que en unos tres o cuatro años sea ya más popular que el
mismísimo Pedro Infante en sus mejores tiempos y que pasando sus seis años de
gloria resulte que tampoco era el bueno y entonces nos veamos cuando en mi
caso, me vea celebrando mis primeros sesenta y dos años con la esperanza de que
cuando cumpla setenta por fin se me haga ver a un México encaminado a mejorar para que tal vez mis nietos lo
disfruten y lo vivan.
Si bien está
claro que la legitimidad del vencedor va a estar en entredicho muchas medidas
pudieron haber tomado nuestros políticos, una de ellas por ejemplo es que se
hubiera implementado la segunda vuelta, de tal manera que los dos finalistas se
enfrentaran en la segunda ronda y finalmente ganara uno con un mínimo del 51 %
de los votos; así consiguiendo una mayoría sustancial dándole al ganador un
mayor margen de legitimidad. Sin embargo en este país rehén de sus políticos ni
siquiera se planteó el análisis de esta opción.