viernes, 22 de junio de 2012

De Cocteles Sentimentales y Segundas Vueltas


De Cocteles Sentimentales y Segundas Vueltas
Por: Arturo Garrido Bárcena

Las elecciones se acercan,  el paso del  tiempo es implacable y el momento de ejercer el voto ha llegado.

A diferencia de las dos últimas elecciones presidenciales al parecer el candidato del PRI va a ganar por amplia diferencia con respecto a sus dos más cercanos contendientes.

En las elecciones del año 2000 apoyé con gran entusiasmo al candidato del PAN Vicente Fox Quesada que fue el que sacó al PRI  de los Pinos; en el 2006 apoyé también al candidato postulado por el PAN Felipe Calderón Hinojosa, más que por él y su partido lo hice con la intención de que no ganara el candidato del PRD Andrés Manuel López Obrador AMLO.

  El resultado oficial fue muy cerrado Calderón ganó las elecciones con el 35.89 %, AMLO perdió con el 35.31% y el candidato del PRI quedó en un lejano tercer lugar con el 22.26 %.

Ahora bien las elecciones del 2006 fueron para mí muy interesantes, emocionantes y finalmente satisfactorias;  después del berrinche de AMLO tras los resultados oficiales y de todos los desmanes que hizo y provocó, Calderón tomó el poder,  lo ejerció y lo sigue haciendo hasta este día que escribo. Y para todos los que lo apoyamos con la principal razón e interés de que a AMLO no se le hiciera gobernarnos fueron y habían sido días felices, si se les puede llamar así.

Yo me sentí pletórico de alegría y satisfacción, el mecías tropical como lo llamó Krauze no llegó. No nos pudo convertir en una  Venezuela Chavista Pejevariana a la mexicana  como le achacaban que eran sus más candentes y perversas intenciones.

Con mi voto libré a mis tres hijos de todas las tropelías imaginables  de las que íbamos a ser víctimas bajo el poder de AMLO, acompañado de  los Bejaranos, Monreales, Imas, Sheinbaums, etc. Tampoco permití que cayéramos en las manos de la Padierna o que el hijo del Peje comprara más zapatos deportivos de seis mil pesos, además de que  Nico el chofer del Tsuru siguiera percibiendo un salario que yo en mis mejores momentos apenas soñé.

 Ahora que escribo y recuerdo esos momentos el sentimiento de bienestar y de cruel satisfacción de mis actos representados por mi voto me sigue regocijando  y vuelvo a disfrutar de esos días vividos.

Sin embargo la cuestión ha cambiado, el sexenio de Calderón prácticamente ya acabó y el nuevo ganador, el ungido por la mayoría de los votos no va a ser mi favorit@. Y digo favorito por decirlo bonito, por que con la calidad y capacidades que presumen los cuatro contendientes, favorito sería si alguno de ellos fuera mi amigazo, padrino, compadre o vecino de toda la vida porque de no ser bajo esas circunstancias que cualidades tienen para que los llame favorito; tal vez una, ser el menos peor.

Y ahora que ha llegado el día de vislumbrar o, mejor dicho, digerir que el candidato que no quiero que me gobierne va a ganar, basándome en la infinidad de encuestas que lo sitúan a millones de votos por arriba del segundo y tercer del lugar,  empiezo a sentir y a comprender lo que vivieron y sintieron todos aquellos —ahora si queridos compatriotas— que hace seis años se quedaron a 0.58 % de que su gallo llegara a la silla presidencial.

¿Y sabe qué?, no me gusta este coctel de sentimientos  que se me viene encima, encabezado por desesperanza seguido por frustración, coraje, odio, rabia, impotencia y otros que ya recordaré.

Y ahora este mi coctel sentimental me hace caer en la cuenta de que mi sentir se sumará al de millones de mexicanos que vieron frustrados sus anhelos hace seis años cuando su candidato no ganó. Es decir que el triunfo del próximo primero de julio arrastrará el descontento de los quince millones que no vieron ganar a AMLO más el mío el cual parecería ser insignificante de no ser porque mi mísero voto va a estar acompañado,  si las votaciones son igual de concurridas,  por veinticinco millones de votos más. Es decir el triunfante Enrique Peña Nieto va a contar con la desaprobación de alrededor del 70 % de los votantes, cantidad nada despreciable de consideración.

Usted me dirá que en toda elección se gana y se pierde y que es elegido el que más votos tiene, es decir el que logra la  mayoría, y precisamente es esta mayoría la que me ocupa. Ya que, si logro explicarme, no es una mayoría, piénselo bien: si el objetivo nacional es que no gane Peña Nieto, solo alrededor del 30 % lo va a decidir y el 70 % restante, que no lo apoyará, estará constituido por los incondicionales de AMLO que son millones y que ya vieron frustrados sus deseos en las elecciones pasadas, los incondicionales del PAN —que no de Josefina— que son otro tanto substancial y los que voten por Quadri que serán la maestra, su familia incluyendo por supuesto al yerno y alguno que otro despistado.

Es decir en esta elección el voto útil, si es que alguna vez lo ha sido en este país, no se va a dar como hace seis años, cuando por las buenas o por las malas se logró conjuntar la animadversión hacia AMLO, logrando que no ganara. En aquella ocasión quedaron quince millones de mexicanos con los mismos ingredientes del coctel que arriba describí y por otro lado quedó el 70 % de los votantes festejando que el candidato que representaba todos los males que un dictador puede ejercer sobre un pueblo indefenso no llegará a gobernarnos, y como ya lo dije, lo festejamos, tal vez peor: nos regocijamos y burlamos de los perdedores.

Si tengo razón Peña Nieto tomará el poder e intentará ejercerlo con la mayor animadversión de por lo menos los últimos tres o cuatro sexenios y la pregunta que me salta es que si le va a ser posible contener el mentado coctel constituido por todos los sentimientos enumerados.

No nos merecemos el panorama que nos espera. Cuando EPN entregue el poder en el 2018 en mi caso habré cumplido cincuenta años, edad que seguramente representará más de la mitad de mi vida, mi hijo mayor tendrá veintidós años empezará su vida de adulto y de oportunidades. Y seguiremos viviendo bajo un régimen de desazón, de atraso, de promesas no cumplidas, del poder para el beneficio de algunos cuantos, mientras el país sigue su camino inexorable de aplazamiento, del ya vendrá el bueno que nos haga formar y sentir equipo y así finalmente nos beneficiemos todos de vivir en este México y  su democracia.

  En México tenemos que esperar seis años para tener la oportunidad o esperanza de que llegue “el bueno”, de que un verdadero líder nos convoque e impulse a trabajar en conjunto y así cambiemos para un bien común; esperando de seis años en seis años se nos va la vida, envejecemos y quedamos con un palmo de expectativas frustradas en la nariz.

Pero que tal que esta vez no sea así, es decir, sí gana EPN y surge un movimiento decidido a que no más, a que precipite el cambio, a que fuerce la búsqueda y surgimiento del líder que se necesita y así empecemos la transformación tan necesaria para el país.  Sé que puede parecer peligroso, drástico, temerario; ¿Pero qué muestras de interés  ha dado el sistema político actual a las necesidades que tenemos?, ¿Ante la pasividad de los gobernantes que acciones se necesitan para que atiendan el cambio que se les exige?

 Basándome en el gran porcentaje que no favorece a EPN con su aprobación cualquier cosa puede pasar ¿o no? Y lo triste es que creo que para que estemos mejor se necesita que pase algo.

No es atractivo este panorama pero tal vez sea forzoso para que así finalmente concluyamos la revolución que empezó en 1910, se cierre el capítulo y continuemos hacia el desarrollo que si nos merecemos.

Bonito coctel nos puede estallar en las manos.

O tal vez no pase nada y dentro de seis años estemos luchando para que no llegue otro prócer de nuestro sistema político. Y póngale el nombre que quiera: Eruviel Avila, Alfredo del Mazo, Luis Videgaray, Rafael Moreno Valle, Marcelo Ebrard, Emilio González Torres  o algún otro Pito Pérez que  ahora ni siquiera sepamos de su desventurada existencia pero que en unos tres o cuatro años sea ya más popular que el mismísimo Pedro Infante en sus mejores tiempos y que pasando sus seis años de gloria resulte que tampoco era el bueno y entonces nos veamos cuando en mi caso, me vea celebrando mis primeros sesenta y dos años con la esperanza de que cuando cumpla setenta por fin se me haga ver a un México encaminado a  mejorar para que tal vez mis nietos lo disfruten y lo vivan.

Si bien está claro que la legitimidad del vencedor va a estar en entredicho muchas medidas pudieron haber tomado nuestros políticos, una de ellas por ejemplo es que se hubiera implementado la segunda vuelta, de tal manera que los dos finalistas se enfrentaran en la segunda ronda y finalmente ganara uno con un mínimo del 51 % de los votos; así consiguiendo una mayoría sustancial dándole al ganador un mayor margen de legitimidad. Sin embargo en este país rehén de sus políticos ni siquiera se planteó el análisis de esta opción.


Así que el uno de diciembre de este año ¿Cómo nos va a gobernar un individuo al que la mayoría de mexicanos no lo apoya?, ya lo veremos cuando transcurran sus 72 meses o mejor dicho sus 6 años de uso y abuso del poder.


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